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Wilfredo Prieto: «Podría venderle el “vaso” a un euro a quien demuestre que su concepto es fallido»

Ha estado ajeno a la polémica generada en ARCO la semana pasada con el precio (20.000 euros) de su «Vaso de agua medio lleno». Lo presentaba allí Nogueras-Blanchard, su galería española. Sin comerlo ni «beberlo», Wilfredo Prieto (Cuba, 1978) se convirtió en uno de sus protagonistas involuntarios. Dice no haber seguido mucho la cuestión «al estar sin internet» y volcado con el proyecto que prepara para laBienal de La Habana: «¿Quién sabe si incluimos ahí esa pieza?», bromea. Esta es su reacción a todo lo acontecido.

Contextualicemos «Vaso medio lleno». ¿Cuál es la historia de esta pieza?

–Es una obra de 2006. Viene de un grupo de trabajos con los que experimentaba reducir al máximo el objeto y buscar en él un concepto filosófico, casi desde un accidente cotidiano. Me interesaba que los resultados no tuvieran personalidad, que pudieran pertenecer a cualquiera y que la idea estuviera contenida en la propia realidad. En mis obras, siempre pretendo descubrir «contenidos» que ya están «contenidos» en la realidad. Por eso me gusta decir que soy un «artista realista», no en el sentido academicista, sino porque hablo de la realidad desde ella misma. Quiero que las obras no me pertenezcan, que no lleven nada que las reconozca como mías, sino que puedan pertenecer a cualquiera.

De ahí viene una de las críticas: el habitual «eso lo hago yo».

–Parte del revuelo en España ha llegado del precio de la obra. Pero a mí me preocupa más el espectáculo de la prensa. Hay una cosa que decía José Martí cuando escribía que nunca se puede llevar el lenguaje de la prensa al pueblo, sino que tiene que ser el pueblo el que debe subir al lenguaje de la prensa. Con ello quería decir que esta tiene una responsabilidad educativa. Le corresponde explicar el significado de esta obra, más que armar follones en torno a lo que la gente intuye.

Lo curioso en este caso es que no sólo las críticas han llegado desde los no iniciados.

–Si me pregunta por el precio de la obra, le tengo que decir que eso no tiene nada que ver conmigo, sino con el mundo y el espectáculo en el que vivimos. En ese sentido, puede ser hasta barato. O puede ser caro. Pero yo no voy a discutir sobre ese asunto, sino sobre el elemento discursivo de la pieza. Yo no cuestiono si un papel vale cien dólares porque lo han acuñado como billete de cien dólares. Eso es un consenso social en el que no entro. Como lo es que un apartamento cueste 150.000, cuando en realidad construirlo vale, póngale, 10.000. Ese no es mi problema, sino la comunicación artística.

Usted se entera de todo esto desde Cuba. ¿Cómo le llega la noticia?

–Estoy sin internet, por lo que la información no es muy fluida. He visto mails que me han escrito, algunos agresivos, pero también muchos muy constructivos. Y todo me parece normal: que la gente «agreda» el arte o que se «agreda» lo nuevo. Cuando yo me bañé en el Mar Muerto, comencé a agredir ese material, porque el agua no funcionaba para mí como debía hacerlo. Y con ello no quiero decir que yo haya hecho algo nuevo, sino que lo de ver mi vaso era una experiencia novedosa para esa persona. Yo mismo a veces me considero un mal prescriptor del arte. Yo hice una obra. No sé si buena o mala. Mi responsabilidad acababa cuando terminaba de trabajar sobre ella. Su vida independiente no me pertenece. De hecho, ha pasado casi diez años desapercibida...

¿Por qué cree que precisamente ahora y con esa obra?

–Depende de un contexto. Pero me parece muy positivo que una pieza vuelva a tener nueva vida, lecturas que ni yo me había planteado. Ahora ha sido negativa en España, pero dentro de cuatro años puede ser la contraria. A mí me sorprende que nazca otra vez, que se enfrente a otro contexto.

¿Se equivocaron sus galeristas a la hora de llevarla a una feria?

–El mercado es una cosa totalmente diferente al arte. De hecho, a veces sus caminos son opuestos. Una obra puede valer muchísimo y ser una mierda, o al revés. Es determinación de un galerista. Y ellos también se equivocan. O la prensa, al establecer con la pieza relaciones confusas. Pero lo importante es la comunicación que mantiene con las personas, aunque sean estas una o dos. Lo que me preocupa es que en España aún se esté en el discurso de si esto es o no arte, porque eso puede perjudicar, y mucho, a sus jóvenes. En La Habana, Londres o Nueva York eso está superado. Cuestionar una propuesta artística es básico, pero cuestionar si algo es o no arte...

–En el fondo, de lo que se habla es de si eso vale o no 20.000 euros...

–¡Pongámosla a un euro! Estoy dispuesto a vendérsela a ese precio a quien me reconozca que su idea es conceptualmente fallida. A mí lo que me interesa es que la gente piense delante de la obra. Y aclarar que no es un chiste. Para nada. Creo que es de las piezas más serias que tengo. Ni siquiera es un trabajo político o social, sino que su corte es muy filosófico y tautológico. Está más en la onda del pensamiento alemán, aburrido. Y luego pesa esa tradición de entender el arte asociado al pedestal, al mármol... ¿Estoy haciendo un chiste por poner algo encima de una mesa? Para mí, un chiste es que mates la realidad dentro de un cristal o encerrado en un mármol. Eso sí que son obras de feria...

¿Este tipo de cosas benefician o perjudican al artista?

–A mí no me ha afectado para nada. Lo que me mueve es lo que opina de mi trabajo la prensa especializada, los críticos, mis amigos... Y en todos los casos, si las opiniones son buenas o malas, reflexionar sobre lo que me dicen. La crítica debería convertirse en una escuela constructiva, y uno debe saber descodificarla.

–Le pregunto esto porque la semana pasada era un desconocido para muchos. Hoy, la prensa sabe que tiene dos obras en la feria «Independent», de Nueva York, y sabe qué dos obras son...

–¡Pues ni yo sabía qué dos obras llevaban mis galeristas!

–La obra se reservó, pero al final no se vendió. ¿Influyó todo lo ocurrido?

–No lo sé. Tal vez sí. Todo depende del tipo de comprador que fuera. El coleccionista serio no depende de estos vaivenes. Pero yo respeto mucho el coleccionismo como institución, el pensamiento lúcido de una persona de hacerse con algo en un momento determinado. Para eso hace falta un criterio sólido. Lo peor es cuando algo es «atrevido» para los medios. Ahí está Damien Hirst. Para mí, no es un buen artista. Su prestigio llega de otro lado.


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